miércoles, 4 de mayo de 2011

Pan y queso... y alguna perdiz también



Pan y queso… y alguna perdiz también
Para Blog es un texto largo, para cuento es corto. Recomiendo la lectura, sobre todo a las protagonistas

Yo no soy una de esas mujeres llenas de amigas, pero las que tengo son muy especiales. Tan especiales que me han permitido que relate algunos de sus inefables episodios, eso sí, aunque ellas me aprobaran la utilización de sus identidades jamás lo haría. Y que se me entienda bien: no es por respeto, sino porque me dan vergüenza ajena.
El título puede sugerir una receta; podría serlo, pero no de cocina. Es un cóctel del oprobio, del bochorno, del ridículo, de la desidia. Por eso, mis tres amiguillas, me agradecerán no sólo el anonimato sino el espejo que intentaré poner frente a sus ojos, puesto que sólo cuando nos vemos desde afuera somos capaces de entender la verdadera dimensión, en este caso, de lo vergonzoso.    
Caso Pan: la muchacha en cuestión tiene una figura grácil, espigada, delicada. Rasgos suaves, mirada calma, sonrisa permanente (más de lo conveniente, según mi punto de vista). Piel clarísima (sus piernas flacas, en verano, son dos tubos fluorescentes). Cabello castaño ceniza, largo, sedoso. Voz de niña, risa de alondra. Es decir: estampa de Lady romántica.  Pero detrás de esa imagen angelical, en una dura etapa de su existencia, se escondía algo que nadie de su entorno ocasional podría haber llegado a imaginar: la etérea muchacha vivía en medio de un caos doméstico alucinante y alucinado. Compartía una enorme casa familiar con su hermana mayor, que no era precisamente un dechado de orden, más bien todo lo contrario. La lejanía de la madre había dejado al caserón en manos de dos forajidas que ni conciencia tenían del asco del lugar en que habitaban. Para mí resultaba imposible de entender cómo dos muchachas tan bonitas, tan limpias, tan perfumadas de jabones y cremas importadas pudieran vivir en aquel estado.
Así fue como se acumulaban platos, tazas, mermeladas, panes viejos y frescos conviviendo pacíficamente en las mesadas. Así también, en el amplio mueble del baño, se exhibían dentífricos a medio usar con otros recién estrenados, perfumes, cepillos de todos los tamaños, secadores de pelo, etc., etc..
Un día, sin previo aviso, hace su arribo la madre. La muchachita espigada estaba casi lista para partir hacia la universidad. Se había duchado, tenía el cabello aún húmedo. Eran las ocho de la mañana de un otoño frío.  La madre la abrazó con ternura y le sonrió hasta que abrió sus ojos y observó todo aquello que la rodeaba. Entonces la sonrisa se le transfiguró en una mueca de espanto. La hija, que siempre llega tarde a todos lados, no estaba para reclamos. La madre, sí: “Por favor, no pueden vivir en este estado. Son dos señoritas, caramba”. “Sí, mami, tenés razón, es que anoche estábamos muy cansadas y dejamos los platos para lavarlos hoy”. “Esto no es de ayer, esto tiene más de un mes, querida”. Cosa va, cosa viene la conversación terminó en una pelotera mortal. La hija, ofendida, se dispuso a partir. La madre le reclamó que al menos se colocara una bufanda (andar con el cabello mojado y de cuerpito gentil en otoño, abrase visto). Entonces la chiquita tomó una de sus kilométricas bufandas coloridas, se la colocó en el cuello, la revoleó con furia para enroscársela y salió de la cocina, dejando el café a medio tomar sobre la mesada. Se fue mascullando por lo bajo todo el camino. “Vieja de mierda, aparece cada muerte de obispo sin avisar y te arma el quilombo del siglo por el orden”, y así llegó a destino. Subió las escaleras, la bufanda le pesaba y la ahorcaba. No se detuvo a sacársela porque, como ya hemos dicho, estaba retrasada una vez más. Corrió por los pasillo de la universidad sin encontrar dónde estaban dando su clase, conjunta con otros departamentos. Finalmente le dijeron: “En el aula grande del segundo piso”. Vio la puerta cerrada. Golpeó, abrió la puerta que raramente está ubicada en el fondo del aula, se excusó con el profesor y, como casi todos los banco estaba ocupados, caminó por el pasillo central hasta encontrar un banco vacío en la primera fila, frente al docente.
Entonces sucedió: se sentó enfáticamente y oyó un CRASH en el piso de mosaicos. Retumbó la clase con el ruido. Se oyeron: ¡Oh, ah, upa! La chiquita trató de no mirar hacia el suelo, pero no pudo. Fue entonces cuando lo vio, muy orondo, soberbio, seco, hecho trizas.  Así y todo, con disimulo, se fue acercando al piso y lo recogió y lo guardó en su mochila.    Minutos más tarde recibió subrepticiamente un papel de un alumno que la había visto desfilar por el aula en el que le decía: “Estaba bueno?”
Por fortuna, mis amigas, tienen la costumbre de reírse de sí mismas y gracias a ello es que me relató cómo ella caminó cinco cuadras, con un pan viejo enredado en los flecos de su bufanda y cómo el pan subió las escaleras con ella y desfiló por un curso repleto de alumnos y fue a morir a su lado, a los ojos del profesor y todos los demás cuando ella, enfática, se sentó en la silla y rompió el abrazo de aquel miñón fiel que la había acompañado por semanas en la mesada de su cocina y había decidido salir a dar unas vueltas con su dueña, porque, al fin y al cabo él también estaba ofendido con los dichos de la madre.

Caso queso: Ella estaba pasando una temporada con nosotros. Recuerdo esta etapa como una de las más lindas. Había venido a nuestra casa para buscar nuevos horizontes, curar una pena de amor y, de paso, hacerse una cura de sobrepeso. Estábamos las dos un poco excedidas, pero yo estaba más entrenada. Recuerdo que el día que llegó a casa, luego de doce horas en onmibus, estaba tan excitada con su cambio de vida  que tenía energías de sobra. Era una calurosísima mañana cordobesa, de principios de primavera. Le dije que yo salía a caminar a orillas del Suquía todas las mañanas. “Voy”, me dijo sin más ni más. “Ok, pero no estás muy cansada?”. Salió enérgica, a paso firme y volvió sudada, con náuseas y amenazas de vómito en el ascensor que debía subir nada más que veinte pisos para llegar al nuestro. Es una amiga que padece el calor horrendamente, sobre todo en la cabeza.
El tiempo de su estancia fue transcurriendo y ella su fue poniendo en forma (gracias a las seis comidas diarias, fraccionadas en pequeñas cantidades de alimentos poco calóricos). Verse linda es sentirse sexi; sentirse deseable es dejar atrás, en cierta forma,  las penas del amor en épocas de la gordura; dejar atrás los recuerdos del salvavidas de la obesidad es comenzar a mirar alrededor y ver qué hay de bueno; encontrar algo bueno (un muchacho tentador) es apuntarle con todos los dardos para no dejarlo escapar de nuestra telaraña seductora.
Y necesito hacer una aclaración al margen: por qué hablo de “los salvavidas de la obesidad”. Es sabido que las mujeres nos separamos y adelgazamos. Muchas veces, es una turrada, lo sé, pero permanecemos en un estado lamentable al lado de un hombre, como si fuera un círculo vicioso. Sería algo así: porque estamos mal, comemos; estamos gordas porque comemos; quién nos va querer si estamos así?; si además de gordas, nos dejan (pensamos)… nos morimos. Y la cuestión es que un día nos cuelgan la galleta (para retomar un poco el discurso del miñón), nos separamos, quedamos atadas al mal recuerdo, nos deprimimos, se nos va el apetito, con la falta de comida se nos van los rollos y con ellos los recuerdos. POR LO TANTO, bajar de peso adelgaza la memoria amorosa. Está claro? “Salvavidas de la obesidad: hombres”. “Estoy hecha un bofe, pero al menos tengo pareja”.
Retomo, entonces ella descubrió tres cadetes de la Fuerza Aérea que eran muy bellos y vivían junto a mi departamento. Los cadetes la descubrieron a ella. Comenzaron a verse en los pasillos, en el ascensor, en el hall. Una tarde, cerca de las tres, le pedí que me hiciera un favor: retirar a mis hijas del jardín de infantes. Como fue una cosa de urgencia ella salió rápidamente, así como estaba, es decir mal: Jogging, cosa desaliñada si las hay, remerón en origen blanco, devenido amarillento con el tiempo, zapatillas, pelo atado. Se fue como un refusilo de casa. Regresó con mis pequeñas. Traía una sonrisa en su rostro. Pregunta mía: Qué te pasa? Respuesta: A que no sabés con quién fui hablando en el ascensor? (Recordar que eran veinte pisos bajados lentamente). Pregunta: Con quién? Respuesta: Con el cadete más lindo.
Yo comencé a visualizar algo en su sonrisa, pero no algo de videncia futurística, sino algo físico. Entonces le dije: y te reías mucho?; Sí, es muy simpático. Bueno, le dije finalmente con sorna, venite conmigo al espejo que te quiero mostrar algo. La vi palidecer. “Ay, no, no seas hija de p…”. “Sí, sabés que lo soy”. “Ay, no Paula, no me podés hacer esto. Tengo una lechuga? Qué tengo?”
Entonces se miró al espejo y pudo ver un monodiente blanco y homogéneo que abarcaba los tres dientes delanteros. Alcanzó a decir: NOOOOOOO… EL QUESO. ACABO DE COMER QUESO ANTES DE SALIR!!!!! Y así fue como una colación de media tarde, que la ayudó tanto con el peso, la catapultó al desastre.
No habló más con el famoso cadete, más bien lo evitaba. Dos semanas más tarde tomó otro ómnibus de regreso a su ciudad. Aún hoy, cuando recordamos esto, seguimos riendo como lo estoy haciendo yo en este momento.

Caso Perdiz:   Esta será, tal vez, la más breve de las historias. Ella es divina. Alta, bella, inteligente, pero a fuerza de ser veraces, según afirma la protagonista, en aquellos tiempos su peso empardaba su altura. Es decir, lo que delgada es una estampa de modelo, gorda es un mamut. Parece ser que le costaba decir que no. Pero no es que se trate de una promiscua que decía que sí a todos y a todo, más bien lo contrario. En su búsqueda de aprobación, en una complacencia que en esos tiempos era más marcada, se metía en situaciones inverosímiles todo el tiempo.
Fue así como una tarde se encontró junto a una amiga haciendo un trabajo de campo para la universidad en la que estudiaban. Trabajo de campo, en el campo. Su amiga era de su altura, pero flaquísima, rubia, bonita también. Con esta amiga habían pasado varias cosas juntas, por ejemplo caminar las dos por avenida Alem y oír que desde un auto les cantaran los acordes de “El gordo y el Flaco”.  A decir de mi amiga, a quien yo no conocía en ese entonces, la parte del gordo era para ella, sin lugar a dudas, pero como tiende a la exageración de su antiguo estado gordurístico, es probable que estos sucesos no fueran tan así. En fin, que se hallaban investigando cuestiones biológicas y se les acercaron dos apuestos jóvenes de otros departamentos universitarios y les ofrecieron hacer la recorrida por el campo en el auto de ellos. Gustosas aceptaron la propuesta. Mi amiga, se subió en el asiento del acompañante de un Fiat 600, el bien ponderado Fitito. Su amiga y el otro muchacho iban en el asiento trasero. La cosa comenzó bien. Charlas ocasionales de estudio, risas ante alguna ocurrencia, etc. Yo, y esto es de mi cosecha, me imagino a los dos chicos y a estas mujeres, cada una con un metro setenta y tres como mínimo, sentados en aquella bola amarilla (si no me equivoco) y me da risa la sola imagen.  Pero más risa provoca lo sucedido: El conductor le hizo un desafío a mi amiga y ella, como todo, se lo tomó al pie de la letra y dijo… qué pudo haber dicho: ¡Sí, lo hago! Y LO HIZO. Se tiró con el auto en movimiento y sin desacelerar a tratar de agarrar una perdiz al voleo desde la puerta abierta.    
Una polvareda se levantó en el campo seco. Una especie de torbellino de pajas y tierra acompañó al golpe y a los gritos de los que iban en el auto. “Se mató”, alcanzó a oír ella mientras caía al suelo y rodaba como un cardo ruso.
A mí me vuelve a relatar este episodio y yo vuelvo a preguntarle qué se le pasó por la cabeza. Ella, muy serena me responde: Una perdiz.
Yo sé que no se salva del ridículo con nada, pero dejemos en claro una cosa importantísima: cuando el Fitito giró con los ocupantes para regresar a verificar si estaba muerta la encontraron riendo y con una perdiz en la mano.
En este caso: ME SACO EL SOMBRERO.

María Paula Villanueva

18 comentarios:

  1. No podéssssssss....
    Me he reido a llorar!
    Por favor subí uno por día, por favor!!!!!

    ResponderEliminar
  2. Muy bueno Pau!!!!! Desopilante
    Besos Rosaura

    ResponderEliminar
  3. buenisimas las historiasssssss :D

    ResponderEliminar
  4. Me estoy partiendo de risa!!!!!!!!!!!!!!!! y tu amiga la de la perdiz nunca fue un mamut, que no exagere, que la conozco desde chiquitita!!!!!

    ResponderEliminar
  5. Y, la conocerás bien. Según ella debían de arrancarle quesos enteros de las manos y poner llave en las heladeras. Jajajajajaja

    ResponderEliminar
  6. Basta, a mí me duele la panza (se puede decir panza?) Jajajajaja

    ResponderEliminar
  7. jajajajjajaj, me imagino a la protagonista de "caso queso" y se me pone la piel de gallina, jajajja me imagino un ascensor chico con esas luces que no perdonan absolutamente nada, jajaja qué garrón!!.
    El lado positivo es que si te mostrás en tu peor estado posible y aún así el susodicho en cuestión avanza, después con un poco que te maquilles ya descollás, jajaja
    te felicito Pau

    ResponderEliminar
  8. Ah! soy Martina by the way

    ResponderEliminar
  9. OK, no es muy normal arrojarse de un auto en movimiento, lo admito. Pero que se sepa, NUNCA LE HICE ASCO A LOS DESAFÍOS!!! Lo que yo me pregunto es qué recordarán esos dos (eran veterinarios de La Plata) del caso MUJER POR LA BORDA.

    ResponderEliminar
  10. Gracias por los comentarios, queridas!!!!
    Caso perdiz:sólo ante vos me reclino y me saco el sombrero. LO HICE PÚBLICAMENTE.
    Los otros dos casos,en cambio, no tienen JUSTIFICACIÓN ALGUNA ni redención!!!!!!!!!!!!!!

    ResponderEliminar
  11. Por Dios Pau!!!! Que manera de reirme!!!! Además se casi certeramente quién es la protagonista del terrible pifie del mignon!!!! Y más risa me da, porque imagino a la madre y a ella y a las otras dos haciendo como que nada pasaba y riéndose detrás de alguna puerta.... o no?
    Y la de la perdiz, mortal! Una genia, además de loca de atar!!! La felicito! Nunca pude con los deportes extremos!!!hahahahah!

    ResponderEliminar
  12. Pau, quise subir mi historia, pero no pude xq para comentario era demasiado largo. Así que, si en algún momento vos que podés la querés publicar, tenés mi total consentimiento.

    ResponderEliminar
  13. me puse a desempolvar recuerdos de épocas de cosecha de bochornos y me dí cuenta de que el CLUB UNIVERSITARIO habia sido escenario de varios...Cierta vez se me ocurrió que podía tener piojos y no tuve mejor idea que enJuagarme EL PELO con vinagre...Viernes a la noche...Horas mas tarde: en el club, temperatura en ascenso....Cuestión de química pura: ácido acético evaporando como salido de locomotora...A ESTA MUJER CONVERTIDA EN UN PEPINILLO GIGANTE la sacan a bailar "lentos" y qué pudo decir...SI !!!
    Nunca más vi a ese flaco! jajajaj

    ResponderEliminar
  14. Buenísimo!!!!!!!!!!!!!!!!!
    A una hija mía le puse vinagre para matarle las leindres(dicen que las seca). La mandé a jugar a la escondida con sus amiguitas mientras tanto. Llegaron parientes y la besaron. Se me vienen al humo y me dicen: Pau, esa chica es un pickle, por favor bañala!!!!!!! Pobrecita, ella tan pulcra, y acusada injustamente. Jajajajaja Gracias por tu pepinillo para mi regodeo!

    ResponderEliminar
  15. El catarro del faso me ahoga la risa y cuando puedo reirme, ella provoca nuevamente el catarro.
    Que buenas pinturas........
    Hace......

    ResponderEliminar
  16. que pasa PAulita que hace rato que no publicamos nada para el regocijo de tus seguidores???? =))

    ResponderEliminar
  17. jajajajjajajajajajajja, no puedo parar de reirme jajajajjajajaa, por favor segui escribiendo, esto es magistral!!! que no es lo mismo que detergente eh? gracias !!!!

    ResponderEliminar